El problema de errar (Reportaje)
Uno de los temores que siempre nos acompañan es el de equivocarnos al proveer información.
Esa es una sombra que persigue particularmente a quienes trabajan en la educación y en los medios.
Y es que, a veces, los errores plasmados en papel o transmitidos a través de pantallas pueden crecer como una bola de nieve.
Pero quizás los más aterradores son aquellos que tienen que ver con cuestiones históricas.
Cada vez que se presenta una serie del estilo de la recientemente galardonada y tremendamente exitosa Downton Abbey, no faltan expertos que señalen faltas de atención en detalles que pasan desapercibidos por la mayoría de los televidentes.
Llueven entonces mensajes condenando cuestiones como que el diseño de las flores del vestido de un personaje no estuvo en boga sino unos años después del momento en el que se desarrolla la acción. Eso, si no se comete el peor pecado: dejar que se cuele el sonido de un bombardero del modelo equivocado o un arma que no se usó en ese lugar en esa batalla.
El problema con este tipo de equivocaciones es que sugieren que la investigación preliminar no se hizo con el cuidado requerido, y cuando se ponen en evidencia estos detalles, por pequeños que parezcan, le pueden restar credibilidad a la obra.
Eso puede ser irrelevante para quienes están disfrutando de la historia como una creación separada de la realidad, pero puede causar problemas porque cada vez más de los conocimientos que manejamos provienen de la ficción -piense en cuánto sabe usted de medicina forense y pregúntese si realmente es porque lo estudió-.
Aún más problemático es el error en las noticias o en un documental.
Como muestra, un botón. O más bien, un sándwich.
En 2003, como parte de la meticulosamente investigada serie "Los días que estremecieron al mundo", la BBC transmitió un capítulo dedicado al asesinato del Archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo, en junio 28 de 1914.
El atentado -que desató una reacción en cadena a la que se le pueden asignar dos guerras mundiales, la revolución soviética y la creación de la bomba atómica- tuvo éxito por casualidad, decía.
Y todos estos años después, desde la transmisión del documental, una niña hizo notar cómo un detalle del programa desató otra reacción en cadena, aunque nunca tan desagradable.
Todo salió a la luz cuando la hija de un historiador vino del colegio muriéndose de ganas de contarle una cosa increíble que aprendió ese día.
La coincidencia
La historia que contaba el documental es irresistible.
En el verano de 1914, un grupo de bosnios nacidos en Serbia decidieron asestar un golpe contra la integración de su gente a la Gran Serbia, asesinando al heredero a la corona austriaca. Recientemente, Bosnia había empezado a formar parte del Imperio austrohúngaro.
El plan era que siete conspiradores armados con bombas y pistolas se posicionarían en diferentes lugares a lo largo de la ruta que seguiría Franz Ferdinand en su visita a la capital de la provincia, Sarajevo.
El primero lanzó una granada con la intención de que estallara en el auto descapotado en el que viajaba el archiduque, pero como la granada era vieja, su fusible tardaba 10 segundos en funcionar, lo que dio tiempo para rebotar y caer en la calle, donde explotó hiriendo a varios oficiales del vehículo que iba detrás, pero no al objetivo.
Para evitar la captura, el bosnio rebelde se tomó una ampolleta de cianuro y se tiró al río; pero el cianuro estaba caduco y por el río no estaba corriendo mucha agua, así que fracasó también en su intento de suicidio.
El caso es que el frustrado intento hizo que todos los planes cambiaran: los de los dignatarios, que no pudieron continuar con su desfile, y el de los conspiradores, a quienes no les quedó más que dispersarse desconsolados.
Uno de ellos, Gavrilo Princip, se fue a una delicatessen en la calle Franz Joseph.
Entre tanto, el archiduque, a quien habían llevado a la municipalidad, decidió que quería ir al hospital a visitar a los que resultaron heridos en el ataque.
Y es aquí donde entra en escena el error que revela el historiador gales Mike Dash en su blog en la revista del Smithsonian bajo el título de "Pasado Imperfecto".
El documental contaba cómo "Gavrilo Princip se había acabado de comer su sándwich y estaba parado afuera de la delicatessen... cuando de repente el auto del archiduque dobló en la esquina de la calle Franz Joseph. Por pura casualidad, el destino puso al asesino y su blanco a 10 pies de distancia".
El sandwich de la discordia
Ése sándwich fue lo que le sonó discordante a Dash cuando su hija vino del colegio a contarle esa historia.
O una versión de la historia que, según descubrió el historiador, es la que se está enseñando en muchas escuelas hoy en día.
Como señala Dash "es una versión que, aunque respetuosa del significado de la muerte de Franz Ferdinand, cautiva la atención de los alumnos haciendo énfasis en un detalle diminuto pero asombroso: si Princip no hubiera ido a comerse el sándwich a donde fue, nunca habría estado en el lugar adecuado para detectar su blanco".
"Sin sandwich no hay disparos. Sin disparos no hay guerra".
Lo que realmente le preocupa al historiador es que todo se quede en eso: que el resaltar la coincidencia haga que parezca menos importante explorar las razones por las que a los nacionalistas de 1914 les parecía justificable asesinar a Franz Ferdinand.
"Ese es precisamente el conocimiento que los estudiantes necesitan para comprender los orígenes de la Primera Guerra Mundial", apunta.
Pero ése no es un error que se le puede asignar al programa de televisión.
A pesar de que tras seguir las huellas, Dash encontró indicios convincentes de que el documental fue la fuente de los innumerables artículos y libros que cuentan la historia de esa manera, el mismo historiador subraya que el programa "hace menos énfasis en el sándwich de Princip que los recuentos subsiguientes, en los que el elemento de la coincidencia es estirado una y otra vez".
Sin embargo, sí hubo un error de esos temidos.
Es muy improbable que Princip se comiera un sándwich.
Ni en la antigua Yugoslavia ni en el Sarjevo de hoy gustan mucho de los sándwiches.
Es incluso muy dudoso que, aunque el sándwich fue nombrado en 1760 en honor a John Montagu, el 4º conde de Sandwich, el concepto fuera conocido en esa esquina del Imperio austrohúngaro.
No es tremendamente importante. Quizás fue una traducción libre de la tradicional burreka de la región.
Pero se puede decir que es un error que literalmente está pasando a la historia, tanto que hubo un profesor que le pidió a su clase que averiguara qué clase de sándwich estaba comiendo el asesino.
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