8 Chiripas de la ciencia (Video)
Se supone que los descubrimientos científicos son fruto de la aplicación rigurosa del método científico… pero muchas veces se hacen hallazgos sorprendentes ¡por casualidad!. A este fenómeno se le conoce como “serendipia”, y en muchos países de habla española le llamamos “chiripa”. Te presentamos…
Ocho chiripas de la ciencia
Cuando se busca una cosa y se encuentra otra que puede resultar mejor, se habla de “serendipity”, palabra que viene de un antiguo cuento llamado “Los tres príncipes de Serendip” que es como los persas le llamaban a Sri Lanka. En el relato los personajes hacen insospechados descubrimientos. Aquí van nuestras ocho serendipias favoritas.
A Arquímedes le encargaron saber si la corona del rey era de oro macizo. Claro que la pesó, pero para saber su densidad tenía que comparar el peso con el volumen. ¿Cómo medir el volumen de un objeto irregular? Cansado de pensar, se metió a la tina de baño y notó que el nivel de agua subía. ¡El volumen de un objeto es igual al volumen del agua desplazada! Este descubrimiento fortuito que le hizo exclamar “¡eureka!”, o sea “¡lo encontré’”
A principios del siglo 20, Alexander Fleming cultivaba bacterias en cajas de petri para estudiarlas. Vio que una de las cajas se había contaminado con un moho (similar a los que le crecen a la fruta cuando pasa mucho tiempo en el refrigerador). La iba a tirar cuando notó que las bacterias ¡se habían destruido! Había descubierto un potente antibiótico: la penicilina.
Constantin Fahlberg era un químico que trabajaba con derivados del alquitrán en el laboratorio de Ira Ramsen. Se fue a su casa sin lavarse las manos (al parecer no era muy pulcro) y durante la comida, al chuparse los dedos ¡notó que sabían dulces! En sus manos había quedado una amida o-sulfobenzoica, a la que llamó “sacarina”, uno de los primeros edulcorantes sintéticos ¡sin calorías!
Luis Pasteur ya había descubierto que un microbio causaba el cólera, pero quería saber cómo prevenir la enfermedad, así que inyectaba gallinas con la bacteria y probaba diferentes tratamientos: ninguno funcionaba. Cansado, se fue de vacaciones y le encargó a su asistente seguir con las inyecciones. Pero el asistente también se fue a descansar e inyectó a las gallinas semanas después con el cultivo “echado a perder”. No sólo no se enfermaron, sino que cuando las inyectaron otra vez con bacterias frescas ¡ninguna murió! Las “bacterias atenuadas” habían hecho resistentes a las aves. Así, Pasteur inventó la primera vacuna ¡por culpa de un asistente perezoso!
La historia de las cerillas, fósforos o cerillos es muy antigua y su origen está en la China antigua. Este invento ha tenido múltiples mejoras. Una de las más inusitadas fue cuando, en 1827, el químico John Walker intentando crear un nuevo explosivo revolvía ingredientes con un palito. La mezcla se secó y se quedó pegada en el palo. Al rasparlo para intentar quitar la pasta ¡fuosh! ¡se encendió! Había inventado los cerillos de fricción. Por cierto: eran sumamente peligrosos, apestosos, y aún no contenían fósforo.
En los laboratorios 3M, Spencer Silver intentaba crear un adhesivo súper fuerte. Pero lo único que consiguió fue crear un pegamento súper débil que, aunque reusable, no servía para nada. Su colega Art Fry estaba cansado de que los papelitos que ponía como separadores en su libro de cantos religiosos se cayeran todo el tiempo. Cuando, en una conferencia, escuchó a Silver hablar de su invento inútil ¡Se le prendió el foco y juntos, inventaron lo que hoy conocemos como Post-its!
El caucho ya era usado por los indígenas mesoamericanos para hacer pelotas o impermeabilizar canastos. En la era industrial se hacían muchos productos de hule, pero se deterioraban muy rápido por el calor y el frío. Una compañía contrató a un ingeniero para solucionar este problema, quien dedicó años a experimentar con diferentes químicos, hasta que un día, dejó un pedazo de hule tratado sobre la estufa y notó que, aunque se chamuscaba ¡no se degradaba! El ingeniero dedicó el resto de su vida a perfeccionar la vulcanización con la que se crearon botas, salvavidas y neumáticos. Aunque nunca se hizo rico a causa de disputas por patentes, murió satisfecho de su aportación. ¿El nombre del ingeniero? Charles Goodyear.
El magnetrón es un componente esencial para la producción de radares, que se usaron mucho durante la Segunda Guerra Mundial. El ingeniero autodidacta Percy Spencer trabajaba en un radar encendido cuando notó que un chocolate que llevaba en la bolsa ¡se había derretido! Procedió a modificar el magnetrón para crear el prototipo del horno de microondas. El primer alimento con el que experimentó fue ¿adivinas? ¡Palomitas de maíz!
Como te habrás dado cuenta, los descubrimientos fueron favorecidos por la casualidad, pero fue necesaria la sagacidad del descubridor para lograr el hallazgo. Como decía Louis Pasteur: “El azar no favorece más que a los espíritus preparados” ¡Curiosamente!
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